Consumida. Consumida estaba.
Arrabales de desesperación. Ojos entornados para entrever la realidad sólo a medio gas. La rendija suficiente para no perder la razón, la sinrazón.
Noches bohemias; agua fluyendo lentamente, siguiendo un sendero sin decidirse por ninguna dirección; vendedores de palabras enlatadas; un pájaro pardo picoteando al lado las migajas podridas; especuladores de amistad; risas forzadas; reporteros danzando en la mediocridad de una misma; buscavidas sin más. Desorientada, totalmente perdida en una caja de sueños frustrados.
Un borracho se acerca. Pelo blanco, manos negras. Observa el carmín corrido, desgastado, quizá antaño besado y deseado. Restos de micra en el suelo, de mi microcosmo sumido en el macrocosmo de mujer universal, pública e impersonal. Donde ya no valgo nada, donde nadie me extraña. Ningún aditivo. Ninguna inquietud. Quietud. Sólo queda esperar. Esperar.
Esperar al adiós.
Arrabales de desesperación. Ojos entornados para entrever la realidad sólo a medio gas. La rendija suficiente para no perder la razón, la sinrazón.
Noches bohemias; agua fluyendo lentamente, siguiendo un sendero sin decidirse por ninguna dirección; vendedores de palabras enlatadas; un pájaro pardo picoteando al lado las migajas podridas; especuladores de amistad; risas forzadas; reporteros danzando en la mediocridad de una misma; buscavidas sin más. Desorientada, totalmente perdida en una caja de sueños frustrados.
Un borracho se acerca. Pelo blanco, manos negras. Observa el carmín corrido, desgastado, quizá antaño besado y deseado. Restos de micra en el suelo, de mi microcosmo sumido en el macrocosmo de mujer universal, pública e impersonal. Donde ya no valgo nada, donde nadie me extraña. Ningún aditivo. Ninguna inquietud. Quietud. Sólo queda esperar. Esperar.
Esperar al adiós.
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